Artículo publicado por Inés Bárcenas para el blog 'Sexo y Salud' del periódico ABC.
Comienza la primavera y con tanto sol y ‘buen rollito’ uno empieza a salir de su estado de larva. La primavera la sangre altera, se llenan las calles de flores y partes del cuerpo, antes cubiertas, que se destapan ávidas de sol.
Movidos por semejante paisaje, es posible que nos entren unas ganas repentinas de emparejarnos, de encontrar nuestra ‘media naranja’.
Esta expresión, que ha pasado a formar parte de nuestro imaginario colectivo, fue acuñada por Platón en su obra ‘El Banquete’ para explicar su visión acerca del amor.
Según el fundador de la Academia, en un comienzo, la raza humana era prácticamente perfecta. La complexión de estos humanos excelsos era redonda, con forma de naranja. Poseían dos rostros en lados opuestos sobre la misma cabeza, cuatro piernas y cuatro brazos que empleaban para desplazarse rodando.
Sin embargo, la vanidad de los hombres acabó enfrentándolos a los dioses, quienes enviaron a Zeus con su rayo para atajar su soberbia. El castigo de Zeus fue poner fin a su forma redonda y dividirlos en dos seres, condenándolos a deambular por el mundo, de forma incompleta, buscando por siempre su otra mitad.
En esta fábula, adornada con dioses, destino y truenos, se ve reflejada la actitud, que en ocasiones, tomamos a la hora de emparejarnos, como una búsqueda para completar aquello que nos falta.
¿A cuántas personas, incluso a ti mismo, has escuchado alguna vez decir que todas las parejas ‘le salen rana’?; ¿Por qué algunos de nosotros parecemos empeñarnos una y otra vez en emparejarnos con la persona inadecuada? Nos enfrentamos aquí al misterio de la atracción humana.
Cuando pensamos en aquello que nos atrae de otras personas, quizá podamos identificar ciertos marcadores que hacen que califiquemos a alguien como ‘nuestro tipo’. Posiblemente, lo primero que nos venga a la mente sea un color de ojos, una serie de atributos físicos, o el gusto por ciertas actividades de ocio.
Sin embargo, si ahondamos en el plano psicológico de la atracción, también podemos establecer un denominador común que hace que nos atraigan ciertas personas. Haciendo uso del cliché que sitúa a los psicólogos como aficionados al pasado, diré que las personas tienden a relacionarse con sus parejas de forma parecida a cómo aprendieron a relacionarse con sus padres durante la infancia.
De este modo, la manera en la que se desarrollaron nuestras relaciones en una edad temprana nos sirve de guía para satisfacer nuestras necesidades afectivas en la vida adulta.
El ser humano es un animal de costumbres. Hasta aquí, este fenómeno no debería acarrear problemas, si partimos de que nuestras relaciones con nuestros familiares fueron positivas, satisfactorias y sanas. No obstante, si existieron carencias, si en el pasado sentimos ciertas faltas, corremos el riesgo de caer sobre la misma piedra, de buscar nuestra media naranja perpetuando estas dinámicas.
Como refiere sarcásticamente en una de sus viñetas Flavita Banana “El hombre es el único animal que llama a la piedra para volver a caer en ella”.
Quizá pensemos que aquello que nos atrajo inicialmente hacia aquel chico esquivo e introvertido fue su halo de misterio, su creatividad o su inteligencia; sin embargo, quizá fue su desinterés o incapacidad de relacionarse en intimidad con nosotros aquello que nos motivó de forma inconsciente a buscar una relación con él. O quizá nos sentimos obnubilados por el carisma y la fortaleza de aquella chica que durante un tiempo no pudimos quitarnos de la cabeza, pero fue su actitud controladora y autoritaria aquello que realmente nos sedujo.
Sin embargo, el efecto inicial de la oxitocina (‘la hormona del amor’) pasa, y con el tiempo comenzamos a vislumbrar los atributos reales de la persona que un día nos hizo sentir aparentemente “completos”. Es precisamente, la búsqueda de aquello que complemente nuestras carencias lo que a menudo nos impide establecer relaciones recíprocas en las que podamos crecer, o incluso dificulta que pasemos página.
Este fenómeno, relativamente frecuente, se explica porque a menudo tratamos de solucionar esas carencias afectivas del pasado en nuestras nuevas relaciones. Tendemos a tropezar con la misma piedra, ya está todo estudiado, en inglés incluso han creado un concepto para esta dinámica, lo llaman ‘mastering the trauma’.
Ahora para, rebobina, ¡basta de dramas! Si te identificas con lo que estás leyendo, estás de enhorabuena, hay esperanza. El pasado no es destino, y desde la psicología existe un extenso campo de investigación que ha demostrado que se puede cambiar.
Consejos para encontrar una naranja completa, o cómo emparejarte con la persona adecuada:
Existe un paso ineludible para crear relaciones satisfactorias, y es el de buscar quién eres y entender tu propia historia de vida.
Pregúntate: ¿qué creencias tienes acerca de ti mismo?, ¿cuáles son tus virtudes, y cuáles tus faltas?, ¿qué sueles esperar de las personas hacia las que sientes atracción?
Reflexiona acerca de tus relaciones familiares o con personas importantes para ti durante tu infancia y adolescencia. Quizá te ayude traer a la mente la imagen de tu yo niño o adolescente; ¿cómo se sentía?, ¿qué necesitaba?, ¿en quién encontraba consuelo?, ¿quién no le pudo ofrecer atención cuando la demandaba?
Piensa en las parejas que has tenido, esto te servirá para identificar dinámicas de relación que has establecido previamente. ¿Qué te atrajo de esa persona?, ¿qué te aportaba?¿Cómo te hacía sentir?¿Por qué terminó la relación?.
¿Puedes identificar algún elemento que se haya repetido en esas relaciones?
Comprender nuestra forma de relacionarnos con los demás en el pasado nos ayuda a ser conscientes de cómo tratamos de satisfacer nuestras necesidades afectivas en el presente. A veces nos empeñamos en buscar naranjas incompletas sin darnos cuenta de que la única pieza que verdaderamente encajará con nuestra mitad inacabada es nuestra propia media naranja.
Buscamos a menudo fuera aquello que nos falta internamente. Subestimamos nuestra capacidad generadora, nuestro inmenso potencial para sanar nuestro propio pasado y ofrecernos aquello que de alguna manera escaseó en nuestras relaciones tempranas.
Conócete antes de embarcarte en el intrincado y fascinante proceso de conocer a otra persona. Obsérvate, aprende, cuídate y, sobre todo, quiérete, completa por ti mismo aquello que te falta. Solo así podrás crear relaciones en las que ambos podáis crecer, en las que rodéis libremente por el mundo, el uno al lado del otro, creando horizontes que os llevarán a conquistar tierras lejanas.
Aprovecha esta primavera para hacer crecer en ti las cosas que previamente has necesitado encontrar en tus parejas. ¡Cultiva tu propia mitad de la naranja!.
Si quieres saber más de todo esto, puedes leerte el libro “Maneras de amar. La nueva ciencia del apego adulto y cómo puede ayudarte a encontrar el amor y conservarlo” de Amir Levine.
Inés Bárcenas Taland. Psicóloga.