La psicóloga Inés Bárcenas colabora con la periodista Ana Iris Simón en este artículo para la revista Vice Magazine.
"He subío quince stories, ¿no lo ves?" Lo dice Rosalía en "Brillo", su tema con J Balvin, pero lo pensamos unos cuantos unas cuantas veces a la semana. Porque subir un storie es reclamar atención, es decirle al mundo "oye, que estoy aquí. Mira qué cosas tan guapas digo, mira qué cosas tan guapas pienso o siento o hago o conozco".
Todos subimos stories para ser vistos, eso es obvio. Pero a veces hilamos aún más fino y lo hacemos para ser vistos por una persona en concreto. O lo que es más jodido, para ver si esa persona en concreto los mira o no y, en última instancia, tratar de sacar conclusiones de ello: si está conectada a Instagram en ese momento, si tiene interés por nosotros, si tarda mucho o poco en aparecer en esa lista que Instagram denomina —ojo— "espectadores" y lo arriba o abajo que aparece en ella.
Todos hemos tratado de averiguar el algoritmo que sigue esa lista y todos lo hemos hecho porque nos intriga el grado en el que resultamos atractivas para algunas de las personas que aparecen en ella, en muchas ocasiones por causas románticas o eróticas. Y, a riesgo de echarme aproximadamente 65 años encima y de estar diciendo algo parecido a "antes todo esto era campo", más de una vez me he planteado qué hostias hago con casi treinta debatiendo con mis amigos de casi treinta también sobre si los que salen arriba en ese listado son "los que más te ven el perfil" o no.
Pero si las redes sociales nos infantilizan o no es otra historia. Muy interesante, pero otra historia. El asunto que hoy nos ocupa es de qué manera y hasta qué punto han condicionado los nuevos canales de comunicación y las redes sociales el hecho de ligar, la realidad empírica del cortejo, el arte y la técnica de echar fichas.
DE LOS TOQUES A LOS DM
Para muchos de nosotros resulta casi imposible pensar que hubo un tiempo en el que las relaciones no se establecían por dos canales paralelos, el analógico y digital. Desde que nos dábamos toques con los Nokia 3310 —un saraut para Borja, el chaval de 3º de ESO B que nunca me respondía a los toques cuando yo estaba en primero, allá por 2002— hasta los zumbidos y los mensajes encriptados en los estados del MSN pasando por los comentarios de Fotolog y Tuenti, los SMS y el chat de la Blackberry, en la socialización romántico-sexual de los que nacimos del 90 en adelante siempre ha estado presente, de una forma u otra, la tecnología.
Y así, hemos llegado a adultos —otro saraut pa los del 2000, que votan este año— con relaciones afectivas y de pareja condicionadas e incluso construidas en parte a base de likes, de comentarios, stories o de lo rápido que contesta el otro al WhatsApp. Hemos aprendido a ligar en diferido en forma de simulación como decía La Cospe.
Hemos creado nuevas formas de echar fichas, nuevas formas de mantener una relación e incluso nuevas y a veces cuestionables formas de infidelidad: ¿hay cuernos en un puñado de me gustas a fotos de 2017? ¿Cuántos memes mandados en un par de días por el DM de Instagram o Twitter computan como infidelidad? Soyunapringada tuiteaba que "amor es esa persona a la que le mandas los memes la primera".
Nos venimos abajo cuando nos dejan en leído pero nos asustamos cuando nos follamos a un espontáneo y nos escribe al día siguiente. Nos contenemos de mirar los stories de la persona que nos mola para que no sepa que estamos pendientes de lo que sube y nos sentimos especiales cuando nos dan un like aun a sabiendas de que solo significa y solo implica pulsar dos veces la pantalla. Hemos inventado el ghosting, el stalkeo y las migas de pan y hay guías online para ligar por Instagram Stories e incluso para dejar de obsesionarnos con lo que hacen nuestros ex aunque estén constantemente posteándolo en redes.
Nos presionamos y nos esforzamos por ser más guapos y más ingeniosos, por molar más fuerte y hemos desarrollado la capacidad de mantener conversaciones paralelas por varios canales: los DM, el WhatsApp y las menciones en Facebook o Twitter si se tercia. Y a veces, también, la de mantener ese flirteo online con varias personas.
LA PARADOJA DE LA ELECCIÓN
"Una de las grandes dificultades de ligar a través de redes sociales es la cantidad ingente de información que uno ha de procesar y filtrar", comenta la psicóloga y psicoterapeuta Inés Bárcenas. "Esto nos hace presos de la paradoja de la elección, haciéndonos creer que hay miles de personas a las que poder elegir ahí fuera, algo que nos desorienta y nos vuelve bastante ansiosos: no queremos elegir mal, por lo que abrimos nuestro campo de juego a un puñado de matchs o de likes más. Es como cuando vamos a estos hipermercados gigantes y nos encontramos con pasillos larguísimos en los que encontramos veinte marcas de todo; eso, llevado a las relaciones interpersonales, acaba generando ansiedad a muchos", concluye.
Además, "el hecho de ligar virtualmente aumenta las proyecciones que hacemos hacia la otra persona de forma exponencial. Proyectamos en la otra persona aspectos inconscientes de nosotros mismos o atributos que la convierten en la persona que anhelamos, algo habitual al inicio de cualquier relación, pero que ante la falta de información o información sesgada que nos dan las redes sociales tiende a aumentar", añade.
Y así, a veces nos pasa que la tía que nos gusta sube el libro o el meme que acabamos de leer o de ver o vemos que el tío que nos gusta ha ido al concierto del grupo que más escuchamos en los últimos días y empezamos a concebir las relaciones en términos de oferta y demanda, de coste beneficio, como si el otro fuera un bien de consumo en ese gran pasillo de ese gran supermercado del que habla Inés Bárcenas. Algo que muy probablemente haya ocurrido siempre pero que gracias a/por culpa de las redes cada vez queda más patente.
NO, NO HEMOS DEJADO DE LIGAR EN ANALÓGICO
"Si te soy sincero no sé cómo es ligar sin que intervengan en algún momento las redes sociales o WhatsApp porque hace años que no lo hago. Tendría que remontarme al colegio, a cuando nos mandábamos notas en clase bajo la amenaza del profesor de leerlas en alto si nos pillaba y poníamos '¿Quieres salir conmigo?' y debajo dos cuadraditos, uno con el sí y uno con el no", cuenta Luis, de 27 años. "Pero creo que es evidente que nos ha condicionado, claro. Personalmente, a veces me agobia el hecho de tener que estar constantemente mandando señales cuando alguien me gusta para que sepa que estoy interesado. Pero, por otro lado, otras veces nace de manera natural y es muy útil y diría que más sencillo que ligar cara a cara", explica.
Al respecto, la psicóloga Inés Bárcenas comenta que "lo interesante es que ligar por redes en la mayoría de los casos no ha frenado el hecho de ligar en analógico sino que probablemente lo haya potenciado. Las redes son una especie de red de pesca, una herramienta para encontrar peces que den paso a citas analógicas en las que podamos crear una relación real y humana. Pero el contacto real, el que cuenta, se produce cuando dos personas se ven cara a cara. Por muchos avances tecnológicos que se nos ofrezcan, nuestras necesidades afectivas permanecen inmutables: necesitamos amar y ser amados. Sin embargo, las redes sociales expanden el campo de elección y nos permiten enamorarnos de personas a quienes en condiciones normales quizás no estaríamos designados", termina.
No hay mal que por bien no venga. Sobre la inmediatez y el consumo rápido —el amor líquido de nuestras sociedades líquidas del que hablaba Bauman, porque Bauman ya ha hablado de todo mucho antes que nosotros—, la psicoterapeuta apunta que hay que saber distinguir entre lo que es conocer —¿conocemos a alguien cuando "lo conocemos de Twitter"?— y conocer en profundidad.
"Conocer a una persona en profundidad no pasa solo por compartir con ella fotos de todos los lugares a los que vamos, memes que nos hacen gracia, notas sobre lo bien que nos lo estamos pasando, la cantidad de kilómetros que corrido esa tarde o nuestras reflexiones sobre el último capítulo de la serie de Netflix que hemos visto. Conocernos tanto a nosotros mismos como a otra persona lleva tiempo y requiere silencios, encontrarnos en otros contextos, momentos de soledad y cantidades ingentes de reflexividad", reflexiona Inés Bárcenas.
Sobre la mercantilización de las personas y nuestra tendencia a medir las relaciones de manera similar a como elegimos una pasta de dientes o una marca de leche, la psicoterapeuta afirme que "aunque es algo que ahora resulta más evidente, en el flirteo en analógico también pasa, solo que disponemos de menos información".
"Es verdad que hacemos un match o seguimos a una persona en Instagram o interactuamos con ella después de conocerla una tarde en función de lo interesante, admirable, aceptable, deseable o económicamente solvente que nos parezca", añade. "Cuando vemos perfiles de parejas potenciales en las redes, nuestro cerebro criba esos candidatos a través de esos filtros. Sin embargo, de esta manera podemos estar eliminando de nuestro radar personas realmente valiosas en términos afectivos y emocionales, individuos psicológicamente sanos y con actitudes frente a la vida que nos enriquezcan más allá de los filtros de Instagram. Lo que predice la felicidad de una pareja no es la cantidad de hobbies que tengan en común, el número de libros que lean parecidos o lo exitosos que sean en el trabajo; lo que sí sabemos a ciencia cierta que predice que dos personas construyan una vida significativa juntas es la capacidad de compromiso que establezcan el uno con el otro, la pasión y afectividad que se profieran, la calidad de la intimidad emocional que compartan y el proyecto de vida común que construyan", remata.
LA NECESIDAD DE CONTROL
"A veces me sorprendo cuando me gusta una persona porque empiezo a mirar los amigos que tenemos en común o las pestañas de tuits o fotos de Instagram a las que le ha dado a like, o tiro muy atrás en sus publicaciones para tratar de averiguar cómo era sus posibles ex parejas o de investigar sobre gente a la que también le puede molar esa personas. De repente me siento mal y dejo de hacerlo, pero me asusta un poco que nazca en mí ese impulso irreflexivo porque me hace sentir mal", dice Andrea, de 25 años.
Y ahí está otro de los posibles efectos secundarios de ligar con una persona con la que, si no interactuamos, sí que conocemos en redes. "Esto no es problema de las redes sociales en sí", aclara Inés Bárcenas. "La raíz de esa obsesión por preservar una imagen perfecta e idílica de nosotros mismos nace de una autoestima frágil y herida. Esto es algo que acarrea mucho sufrimiento y tensión en las personas que intentan, además, preservar una fachada a toda costa, porque en el fondo temen que si su amante les conoce en profundidad serán rechazados. Las redes lo fomentan en el sentido de que todo el mundo publica su versión idealizada y pueden llegar a fragmentar la personalidad en función de las partes aceptadas socialmente, las que reciben followers y likes, y aquellas facetas de uno mismo que consideramos que han de quedar escondidas y tapadas" matiza.
Y volviendo a Luis y a su pesadumbre, que es la de muchos, por tener que estar todo el todo el rato interactuando para que el otro vea que nos resulta atractivos o, al contrario, por necesitar que interactuen con nosotros para sentirnos deseados, la psicóloga advierte que, en este caso, el problema es usar las redes sociales como termostato.
"Esto ocurre tanto en las personas que empiezan una relación de cualquier tipo o empiezan a coquetear como en las de terceras personas que juzgan la realidad de una pareja por las redes sociales: que las concebimos como una expresión más de amor. El hecho de que una pareja comparta una foto por primera vez, de que se comente las publicaciones mutuamente, al igual que el hecho de que la persona que nos gusta nos de un like o nos responda a una historia es interpretado como un termostato del estado de la cuestión y en ocasiones no es en absoluto así", explica.
"En Los cinco lenguajes del amor, Gary Chapman explica que cada individuo tiene distintas maneras, distintos lenguajes de demostrar amor o afecto. Por ello es posible que nuestra pareja o la persona que nos gusta no demuestre el amor o el interés mediante las redes, tal como vemos que hace o que parece hacer la mayoría de la gente, pero eso no significa que nos quiera menos o esté menos interesada", concluye.
Lo difícil quizá sea entonces desaprender lo que llevamos interiorizando desde el 3310, desde el Tuenti y el chat de la Blackberry. Quizá el chaval de 3º B que no me respondía a los toques de buenas noches sí que estaba interesado en mí a pesar de mi acné y de que me planchaba el flequillo rollo emo. Así que si me lees, Borja, tírame un DM.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.