El doctor Carlos Chiclana colabora con el periodista Yago González en este artículo para el periódico Expansión.
Cada vez más expertos recomiendan contactar con la naturaleza para relajarse.
Enterrar la cara en la hierba. Contar los pájaros que aparecen por el jardín. Acercarse a la orilla y meter la mano en el agua. Jugar con un perro. Darle la vuelta a una roca y observar los bichos que hay debajo. Hablar con un pony. Sí, como suena: hablar con un pony. Éstos son algunos de los consejos que recientemente han recetado un grupo de médicos de las Islas Shetland (Escocia) para aliviar diferentes enfermedades físicas y psíquicas. Se trata del primer programa médico de estas características en Reino Unido, pero el contacto con la naturaleza es un tratamiento terapéutico con creciente predicamento en la comunidad médica, avalado por investigaciones científicas.
Un estudio del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano (Leipzig) elaborado en 2011 puso en evidencia los mayores riesgos de contraer enfermedades mentales como la ansiedad o incluso la esquizofrenia en ciudades que en zonas rurales. La investigación demostró que aquellos habitantes de Berlín que vivían a menos de un kilómetro del campo tenían un estado más saludable de la amígdala (zona del cerebro que regula las emociones) que los residentes del centro urbano. Por su parte, en Japón llevan practicándose desde los años 80 los llamados “baños forestales” (shinrinyoku en japonés), consistentes básicamente en pasar un buen rato en un bosque sin hacer nada en particular más allá de contemplar los árboles. Un estudio de la Universidad de Chiba demostró que un paseo de media hora por un bosque promovía una menor concentración de cortisol (la hormona del estrés), la bajada de la tensión arterial y una menor actividad del sistema nervioso simpático, el responsable de coordinar las respuestas de lucha o huida ante estímulos externos (y, por lo tanto, encargado de que aumente la frecuencia cardiaca y la segregación de adrenalina). Parte de estos efectos benéficos se deben a las fitoncidas, una sustancia que segregan las plantas para defenderse de hongos y depredadores pero cuya inhalación por parte del ser humano refuerza el sistema inmunitario.
No es casualidad que antiguamente los hospitales psiquiátricos se ubicasen en un entorno natural. El psiquiatra Carlos Chiclana resalta que “el ser humano también es naturaleza” y que, por lo tanto, el contacto con ésta “facilita de una manera directa el acceso a elementos básicos que el cuerpo humano necesita para su equilibrio”. Según Chiclana, “si hablamos de naturaleza serena y tranquila, puede facilitar una mayor conexión con uno mismo gracias a la percepción que nos facilita un acceso directo a algo bueno y bello. La naturaleza no exige un razonamiento, basta con percibir y dejarse afectar”. Para aquellas personas con ansiedad u otras patologías mentales, el especialista recomienda, dentro de un abordaje integral (que puede exigir fármacos, psicoterapia y cambio de hábitos de vida), “cuidar las horas de sueño –naturaleza del ser humano mamífero regulada por los ritmos circadianos–, el ejercicio físico moderado y la exposición al sol moderada. Para quienes disfrutan de la naturaleza en alguno de sus ámbitos (montaña, mar...) recomiendo que desarrollen ahí sus aficiones, por la repercusión que el disfrute tiene en la regulación del ánimo”.