La neuropsicóloga Esther García colabora con la periodista Ana Iris Simón en este artículo para la revista Vice Magazine.
Hablamos con abuelos que se saltan la cuarentena y siguen saliendo y con una neuropsicóloga especializada en la tercera edad para ver qué podemos hacer con esos díscolos.
Mi padre es cartero y durante la cuarentena le toca seguir repartiendo cartas, notificaciones y paquetes, así que además de tener un salvoconducto que le permite desplazarse por todo Aranjuez -es allí donde vive y trabaja- se ha convertido en un testigo de excepción de la calle, con todo lo que en ella acontece en estos días."No te imaginas la pillería de la gente, Iris", me decía la semana pasada por teléfono, "el Mercado de Abastos es el punto de encuentro de los viejos. Se van ahí, compran cuatro cosas y se pasan la mañana dando vueltas a los puestos. Igual que tu abuelo, que está anarquista total", añadía.
En cuanto le colgué llamé a mi abuelo y confirmé las declaraciones de mi padre: estaba anarquista total. Vicente, 84 años, estatista acérrimo, militante del Partido Comunista de España en la clandestinidad primero y tras su legalización después, renegando del Estado y sus normas y diciéndome que "también pasamos por la gripe A y no liamos esta", además de que justifica sus salidas porque "en una hora le había dado tiempo a ir al banco, a por el pan y al supermercado". No atendía a razones. Mi abuelo Vicente es, como Donald Trump hace unas semanas, un negacionista del coronavirus.
Y no es el único: a pesar de ser uno de los grupos que más riesgo corre en caso de contagio del Covid-19, no son pocos los ancianos que quieren continuar, y de hecho continúan, haciendo vida normal. Negándose a que alguien vaya a hacer la compra por ellos, haciendo corrillo con los vecinos, paseando a sus perros porque se niegan a que nadie les eche una mano y, como mi abuelo, negando la gravedad de la situación. El fin de semana hicimos una videollamada grupal de familia porque no pudimos reunirnos en su casa como cada domingo y parece que las voces de más de treinta personas entre hijos, nietos y bisnietos le hicieron entrar un poco en razón.
Antonia, que tiene 82 años y vive en un pueblo de Albacete, es otra de esas anarquistas totales. Su familia me manda una nota de voz a WhatsApp tras pedirles que le hagan unas preguntas de mi parte. La primera de ellas es por qué sigue saliendo de casa a pesar de que las recomendaciones sanitarias no son esas.
"Porque es un bien para todos, y más para los mayores y tenemos que hacer lo que nos manden", arranca Antonia. Se oye una voz que la corrige y le dice que sí que sale, que no mienta, a lo que replica "que no salgo, he salido solo dos veces en toda la cuaresma". Y se ríe. La vuelven a corregir: no han sido dos veces. Y se sincera. "Pues salgo porque me apetece, tengo muchas cosas de males, tensión, azúcar... y si no paseo no me baja. Y toda la vida he salido al campo, para acá, para allá y eso lo llevo aquí dentro metido", explica. Reconoce que sí, que se ha ido a la huerta, "pero allí no hay gente" y que ha ido a comprar. "Pero esta mañana mismo no he ido, he tenido que encargarle la leche a mi nieta porque no tenía aquí en casa ya para hacerle el desayuno".
El abuelo de Isabel, que tiene 83, también se llama Vicente, vive en un pueblo de la provincia de Córdoba y también se está saltando el confinamiento según su nieta, pero él lo niega. "No, si yo no salgo. Bueno, algún paseo, pero he estado entretenido leyendo y cosas de esas. Ahora dicen eso, que tenemos que quedarnos en casa, pero han dicho tantas cosas", comenta en un audio que le graba su hija, la madre de Isabel. Cuando le pregunta si le tiene miedo al coronavirus siendo población de riesgo responde con una pregunta retórica. "¿Y por qué le voy a tener miedo, si a mí no me ha hecho nada?".
Antonia también dice que el coronavirus la asusta pero no mucho. "De algo tengo que morirme, yo que sé, me da igual. No dejándole a mis hijos ni a mis nietos cosas feas de huellas o lo que sea pues cuando Dios quiera llevarme". Contacto entonces con Esther García Lanzas, neuropsicóloga que trabaja con población anciana en la Unidad de Memoria y Atención, y me explica esta respuesta, tan recurrente en población anciana.
"Es una frase que algunos pacientes me repiten con frecuencia en consulta: 'de algo hay que morir'. En el fondo lo que nos están queriendo decir con esto es que es mejor aceptar la vida como es, finita, compleja y doliente, porque vivir sin sufrir es imposible, al igual que hacerlo sin envejecer. Cuando dicen esto dejan entrever que quieren vivir lo que les queda libremente. En mi experiencia observo que quienes lo dicen son personas muy entregadas que integran con cierta facilidad la muerte. También porque se aproximan, según la ley natural, a ella. Pero están mucho más concienciados de que no somos eternos y se permiten hablar de ello. Además, no debemos olvidar que la suya es una generación con más fe, y eso les permite concebir la muerte desde otro punto de vista", explica.
Y continúa apuntando a que tanto en la actitud de los ancianos que siguen queriendo hacer vida normal sin ser conscientes del peligro que para ellos puede implicar el coronavirus, o siendo conscientes e ignorándolo, pueden subyacer también dos variables: "algunas de estas personas mayores no se cuidan lo suficiente porque ven que la muerte se acerca y que si se tienen que morir no van a defenderse o a luchar por remediarlo. Puede influir en ello la existencia de un trastorno depresivo subyacente, ya que las ganas de vivir van a estar determinando la manera de actuar de estos mayores. Pero otros de los que presentan esta actitud es justo por lo contrario: están muy satisfechos con la vida que han realizado, y son conscientes de que si se mueren lo harán con paz".
Pero hay más factores por los cuales muchos de nuestros abuelos y demás familiares ancianos desoyen las recomendaciones de las autoridades sanitarias, que les desrecomiendan por completo salir a la calle. "Si en general a todos nos cuesta cambiar rutinas, para esta población es aún más difícil. La población anciana o adulta suele tener una serie de costumbres o hábitos, horarios de comidas, de descanso, que son fundamentales para la tercera edad ya que les hace sentir válidos, estructurados y satisfechos. Cuando cumplen con ellos sienten que se mueven en terreno conocido y eso les motiva. Si se les pide que dejen de ir a comprar el pan, el periódico o la Quiniela, que dejen de intercambiar algunas palabras en el parque del barrio o que no salgan a pasear a sus perros eso les supone un verdadero reto porque pone en juego parte de su identidad y del sentido vital que tienen. Igualmente, es importante señalar que es una minoría la que está incumpliendo las directrices del Gobierno y que, en general, están intentando adaptarse a la situación actual aunque haya para ellos un gran coste emocional", cuenta la neuropsicóloga.
Intentar persuadirlos o convencerlos de que no tienen que salir de casa y de que tienen que delegar la compra y las visitas a la farmacia durante un tiempo es complicado y rara vez da resultados. Eso lo sabemos todos los que, en estos días, tenemos mayores díscolos.
"Hay varias estrategias para hacerles ver que lo mejor durante la cuarentena es que no salgan para nada de sus casos. Lo primero, contarles la realidad de la situación y qué está pasando, no solamente a nivel nacional sino mundial. Hablarles de la realidad del virus, de cómo les podría afectar, de cómo está afectando a la población anciana... darles la información verídica. Además, hay que ayudarles a que sigan con sus rutinas pero desde casa: con los mismos horarios de comida y sueño, con las mismas actividades... lo único que varía es que el ejercicio físico ahora tienen que hacerlo dentro de casa. Andar por el pasillo, ejercitar las piernas, si tienen patio o jardín pues salir y pasear.... hay que recomendarles que no se paren en seco, que no opten por no hacer nada. También es importante el ejercicio a nivel cognitivo, intentar hacer con ellos ejercicios de atención. Pero sobre todo es vital mantener sus rutinas", explica Esther García.
Y añade que "también hay que hacerlos sentir acompañados. No podemos ir a visitarlos, pero es importante llamarlos, estar en contacto con ellos por teléfono e incluso por Internet. Muchos saben usar ya las videollamadas, WhatsApp... Nos encontramos ante un momento importante porque al estar aislados esto puede favorecer el estado depresivo y un aumento de la sensación de vulnerabilidad y miedo para ellos, por eso es importante hacerles más fácil la situación y transmitirles que es algo puntual, que terminará pasando y hay que poner el foco en que vamos a salir de esto pero para ello es necesario el periodo de confinamiento". Así que ya sabes. Si tienes un abuelo díscolo o anarquista total que se empeña en seguir saliendo a la frutería porque tu tía "no sabe qué tomates le gustan", que es la excusa que pone el mío, llámalo estos días. Y si no, pues también.