La psicóloga Inés Bárcenas publica este artículo para la revista Vice Magazine.
El confinamiento de estas semanas está poniendo a prueba la capacidad de muchos para encontrar momentos a solas sin la interrupción de sus parejas, familiares o compañeros de piso.
La situación vital que atravesamos nos enfrenta ante un nuevo reto psicológico, aprender a estar en soledad y a desarrollar una relación de intimidad con nosotros mismos. La capacidad de estar a solas con nuestros propios pensamientos y emociones constituye uno de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional.
Recuerdo que tenía siete años cuando mi hermana fue suficientemente mayor para jugar a mi lado, y desde ese momento empecé a jugar en silencio. Si estaba sola podían escapárseme algunos sonidos, pero en cuanto aparecía alguien en escena, cerraba a conciencia los labios para evitar que cualquiera se colase en mi apacible mundo interno. Posiblemente ya intuía la necesidad de guardar mis fantasías infantiles para mí sin que nadie se entrometiera.
El confinamiento de estas semanas está poniendo a prueba la capacidad de muchos para encontrar momentos a solas sin la interrupción de sus parejas, familiares o compañeros de piso que hablan sin parar de sus neuras. Casi la mitad de mis pacientes han tenido que renunciar a hacer psicoterapia online porque no tienen espacio suficiente en sus casas para asegurar su intimidad y poder abrirse sin la certeza de que nadie más les escuche. La otra mitad ha optado por continuar con la terapia y en un empuje de creatividad, han encontrado intimidad dentro de la bañera, en armarios roperos, en el jardín, dentro del coche, o hablandobajitoporquemevanaescuchar.
Era Sartre quien decía que "el infierno son los otros", y es probable que para muchos durante esta cuarentena esta frase adquiera vigencia. El infierno puede ser la mirada ajena, que invade, se entromete y revela nuestras deformidades. Esa mirada que enfatiza la diferencia entre lo que queremos ser y lo que realmente somos.
Sin duda, muchos de nosotros vamos a desear tener la capa de invisibilidad de Harry Potter durante estas semanas. Si no cultivamos un espacio interno propio, nos desdibujamos ante las miradas y opiniones de los demás. Sí, el infierno son los otros cuando nos invaden y descubren en nuestras versiones más ariscas, vulnerables y negativas. Pero también podemos acabar convirtiéndonos en auténticas bestias de Satán para cualquiera que se cruce en nuestro camino si no empezamos a dedicar espacios personales de reflexión y a digerir todo lo que se nos ha venido de repente encima.
Para la mayoría, el encierro en casa dista de ser nuestro hábitat natural, han sacado al hámster de la rueda. Nos hemos separado de los contextos laborales y de ocio en los que suelen transcurrir en automático la mayoría de nuestras vidas, y es probable que sintamos una especie de vacío de identidad. El frenesí externo se ha parado en seco y tenemos que empezar a reconocernos más allá de las cosas que producimos o hacemos.
Ahora más que nunca necesitamos intimidad, momentos de silencio y reflexividad para deshacer la maraña de emociones que solemos meter debajo de la alfombra y que ahora se empiezan a agolpar. Para ello, es necesario que hablemos abiertamente con nuestros compañeros de cuarentena para que entiendan cuándo necesitamos estar en nuestro espacio personal.
Es posible que alguno sienta verdadero pavor al observar la cantidad de fantasmas y asuntos pendientes que hay agolpados en su mundo interno, es por eso que los psicólogos a veces somos más que necesarios en este camino. Sin embargo, no hay de qué asustarse, la intimidad no es más que un espacio en el que nos encontramos frente a frente con nosotros mismos.
Esta especie de memoria psicológica a veces peta como lo hacen nuestros móviles y ordenadores si no la limpiamos y ordenamos con cierta frecuencia. De ahí la necesidad de aprender a encauzar el diálogo interno y convertirlo en un refugio de la consciencia donde poder pensar sobre nuestra realidad, nuestras relaciones, miedos, emociones, memorias, necesidades, ilusiones…las posibilidades de introspección son infinitas. Mediante este diálogo interno, reforzamos y delimitamos nuestra identidad, creamos un espacio de intimidad en el que albergar nuestra existencia.
Este espacio propio de reflexión también nos permite tomar conciencia de que nuestro mundo psíquico no siempre hace match con el mundo exterior. Lo que sentimos y experimentamos por dentro no siempre representa fehacientemente lo que está sucediendo en la realidad externa. Esto puede ayudarnos a replantearnos nuestra relación con los demás y a mitigar la impulsividad que nos caracteriza. En definitiva, mediante la introspección podemos aprender a pensar antes de actuar.
Sin embargo, el upgrade de esta función interna puede llevarnos más lejos, al terreno nuestro sentido vital, haciendo que nos preguntemos el para qué de la rueda de hámster. A través de esta reflexión, podemos comenzar a articular el interrogante existencial que planteaba Viktor Frankl, mediante el cual el hombre se convierte a sí mismo en objeto de su pregunta: ¿para qué estoy viviendo mi vida?, ¿hacia dónde me oriento? La intimidad personal implica saber quién eres, qué quieres y hacia dónde vas.
Frankl, mundialmente conocido por su libro El hombre en busca de sentido enfatiza a través de su obra la necesidad de adoptar una actitud vital mediante la cual entendamos nuestra existencia como un interrogante: "constantemente la vida nos interroga, constantemente respondemos a la vida – ciertamente, la vida es un preguntar y responder muy serio", escribe en La voluntad de sentido.
En este extraño impasse podemos retomar las riendas de la vida que las resacas de los fines de semana se encargan de desdibujar. Es un buen momento para replantearnos nuestra existencia y conectar con lo que es verdaderamente importante para nosotros. La intimidad no tiene por qué ser solo física, incluso rodeados de gente podemos abstraernos en nuestro mundo psíquico. Piensa, escúchate, mira por la ventana, percibe lo que te rodea, obsérvate en relación a tu entorno y sienta las bases para un diálogo permanente contigo mismo.
Quizás quieras empezar un diario reflexivo; escribir cartas a las personas que te han marcado en el camino; mirar fotos antiguas y recientes para ayudarte a tomar conciencia de lo que ha sucedido en tu vida; o simplemente parar de mirar compulsivamente Twitter o Instagram y empezar articulando una pregunta simple, ¿cómo te encuentras? Igual te sorprendes con la respuesta.
En efecto, el infierno a veces pueden ser los otros, y más si vivimos en 40 metros cuadrados emulando el día de la marmota semana tras semana, pero todos tenemos la capacidad de encontrar la verdad dentro de nosotros mismos si aprendemos a mirar.
Inés Bárcenas es psicóloga, puedes seguirla en @inesbarcenaspsicologa.
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