El psicólogo José Suárez de la Macorra escribe este artículo para el blog de Neuropsicología y Salud de la Consulta, en el que explica cómo las interacciones moldean el cerebro de los hijos, como resultado de la influencia de la epigenética.
Hasta hace poco, se creía que nuestra genética marcaba nuestra vida de manera determinante. No obstante, investigaciones recientes han revelado que las experiencias afectan la manera como se expresan los genes, ayudando a crear la estructura interna al cerebro. Es decir, nuestros genes actúan como un mapa, formando circuitos cerebrales, pero dichos circuitos se refuerzan mediante su uso (Zhang & Meaney, 2010).
Esto es una buena noticia, puesto que nuestros genes no determinan un destino inmutable. Aunque los genes aportan un primer borrador, nuestras experiencias pueden modificar y hasta reescribir gran parte de la historia (Zhang & Meaney, 2010).
Durante nuestro desarrollo, las experiencias que vivimos influyen en la forma en que nuestros genes se expresan, gracias a marcas químicas que funcionan como interruptores. Estos interruptores pueden activar o desactivar genes y se les conoce con el nombre de “epigenoma” (National Human Genome Research Institute, 2019). En pocas palabras, nuestras experiencias influyen en la expresión genética, desafiando la creencia de que nuestros genes son los únicos determinantes de nuestra historia (Boyce et al., 2021; Zhang & Meaney, 2010).
En los primeros años de vida se generan más de un millón de nuevas conexiones neuronales por segundo. A medida que crecemos, el proceso de creación de nuevas conexiones disminuye y se inicia el proceso de ‘edición’, eliminando las conexiones menos utilizadas. Así, nuestra estructura cerebral se va formando, desde el útero materno hasta la adultez (UNICEF, 2023). Las vivencias de nuestros primeros años contribuyen en gran medida a la construcción de esta estructura cerebral, estableciendo los cimientos de nuestra salud, aprendizaje y comportamiento futuros (Boyce et al., 2021).
Las experiencias positivas, como las oportunidades de aprendizaje y las relaciones sociales significativas, son como música que permiten a los genes crear una sinfonía genética óptima. Sin embargo, esta armonía puede verse alterada por momentos de estrés y adversidades vitales. Estos eventos dejan una ‘huella’, que influye en la capacidad de los genes para activarse o desactivarse (Shonkoff et al., 2012).
Numerosos estudios científicos han identificado cuatro pilares fundamentales para desarrollar una estructura cerebral óptima: un entorno social estable y receptivo, un entorno físico seguro, una nutrición adecuada y comportamientos que promuevan la salud (Mistry et al., 2012).
Centrémonos en el primer pilar, las interacciones sociales. La relación del niño con los adultos de su entorno, especialmente sus padres y cuidadores, es de vital importancia. Se trata de un proceso activo entre ambos, mediante el cual el adulto responde a las expresiones del menor. Por ejemplo, cuando este balbucea o llora y el adulto responde mediante el contacto visual, caricias o palabras. En estas interacciones de ‘ida y vuelta’, el adulto no solo está atento a lo que el niño necesita, sino que responde a sus necesidades físicas y emocionales (Komanchuk et al., 2023). Este intercambio constante permite que el desarrollo adecuado, fomentando el bienestar físico y mental, a lo largo de la vida (Boyce et al., 2021).
No todo es miel sobre hojuelas, ya que las experiencias negativas también pueden afectar el desarrollo de la estructura cerebral. El estrés excesivo debilita la capacidad de aprendizaje y puede desembocar en problemas de comportamiento y de salud física y mental. El estrés es un factor importante del desarrollo y es saludable experimentarlo, ya que activa el sistema nervioso y produce determinadas reacciones fisiológicas que preparan al organismo para hacer frente a una amenaza. Sin embargo, mantener activada la respuesta al estrés durante un periodo de tiempo prolongado, así como la ausencia de relaciones afectivas que contribuyan a mitigarlas, puede perjudicar el desarrollo de conexiones neuronales en áreas importantes del cerebro (Boyce et al., 2021; Shonkoff, 2016; Shonkoff et al., 2012).
Recientes investigaciones han demostrado que, en algunos casos, los cambios negativos pueden ser reversibles. Sin embargo, requiere más esfuerzo y esto no significa que se pueda cambiar toda la influencia de las ‘huellas’ epigenéticas (Gwynne et al., 2023; Shonkoff, 2016).
Las vivencias tempranas positivas son la clave para establecer una estructura cerebral sólida que acompañe a cada persona durante toda la vida. Mantener un intercambio positivo y constante con los niños, respondiendo a sus necesidades y emociones, sienta las bases para desarrollar una narrativa cerebral saludable (Komanchuk et al., 2023; Reynolds & Burton, 2017). Para ello, puedes poner en práctica estos sencillos consejos (Harvard University Center on the Developing Child, 2023):
Compartir el foco de atención del niño: presta atención a aquello en lo que se concentra el niño (si mira o señala algo, si mueve brazos y piernas, si hace algún sonido o expresión). Esto te ayudará a conocer sus intereses y necesidades.
Responde de manera adecuada, mediante palabras, contacto físico, juegos y/o expresiones faciales (sonidos, sonrisa, abrazos y caricias, etc.), para que el niño sepa que estás atento. Fomenta la curiosidad del niño. Esto le ayudará a saber que sus pensamientos y sentimientos son escuchados y ayudará a reducir el exceso de estrés.
Ponle nombre: nombra aquello en lo que el niño tiene puesta su atención, para establecer conexiones lingüísticas en su cerebro. Esto le ayudará a entender su mundo.
Espera tu turno: permite que el niño responda a tu aportación. A veces habrá que esperar un poco más, ya que está aprendiendo muchas cosas a la vez y podría necesitar tiempo para formular su respuesta. Esto le ayudará a tener paciencia y saber esperar a los demás, además de que le permite desarrollar sus ideas.
Permite el cambio de actividad: cuando un niño se aleja, suelta un juguete o mira en otra dirección, podría estar listo para pasar a una nueva actividad. Permite que tome la iniciativa. Esto le ayudará a explorar y facilitará tener más interacciones de ‘ida y vuelta’.
A través de cada mirada, palabra y gesto, contribuimos a forjar conexiones neuronales, creando un mapa de experiencias que moldean el cerebro de cada niño. Nuestra respuesta a sus necesidades, la curiosidad que fomentamos y el apoyo que brindamos son los pinceles con los que pintamos el lienzo de su desarrollo. Si bien los genes ofrecen el primer borrador, somos los autores que llenamos las páginas de su futuro.
Bibliografía:
Boyce, W. T., Levitt, P., Martinez, F. D., McEwen, B. S., & Shonkoff, J. P. (2021). Genes, Environments, and Time: The Biology of Adversity and Resilience. Pediatrics, 147(2). https://doi.org/10.1542/PEDS.2020-1651
Gwynne, K., Angel, K. L., Duffy, G., Blick, B., Dowling, B., & Hodgins, G. (2023). 10 Year Longitudinal Evaluation of the Spilstead Model of Milieu Intervention. Journal of Child & Adolescent Trauma, 16(3), 699–715. https://doi.org/10.1007/S40653-023-00523-3
Harvard University Center on the Developing Child. (2023). 5 Steps for Brain-Building Serve and Return. https://developingchild.harvard.edu/resources/5-steps-for-brain-building-serve-and-return/
Komanchuk, J., Letourneau, N., Duffett-Leger, L., & Cameron, J. L. (2023). History of “Serve and Return” and a Synthesis of the Literature on Its Impacts on Children’s Health and Development. Issues in Mental Health Nursing, 44(5), 406–417. https://doi.org/10.1080/01612840.2023.2192794
Mistry, K. B., Minkovitz, C. S., Riley, A. W., Johnson, S. B., Grason, H. A., Dubay, L. C., & Guyer, B. (2012). A New Framework for Childhood Health Promotion: The Role of Policies and Programs in Building Capacity and Foundations of Early Childhood Health. American Journal of Public Health, 102(9), 1688. https://doi.org/10.2105/AJPH.2012.300687
National Human Genome Research Institute. (2019). Epigenómica. https://www.genome.gov/es/about-genomics/fact-sheets/Epigenomica
Reynolds, A. M., & Burton, S. L. (2017). Serve and return: Communication foundations for early childhood music policy stakeholders. Arts Education Policy Review, 118(3), 140–153. https://doi.org/10.1080/10632913.2016.1244779
Shonkoff, J. P. (2016). Capitalizing on Advances in Science to Reduce the Health Consequences of Early Childhood Adversity. JAMA Pediatrics, 170(10), 1003–1007. https://doi.org/10.1001/JAMAPEDIATRICS.2016.1559
Shonkoff, J. P., Garner, A. S., Siegel, B. S., Dobbins, M. I., Earls, M. F., McGuinn, L., Pascoe, J., Wood, D. L., High, P. C., Donoghue, E., Fussell, J. J., Gleason, M. M., Jaudes, P. K., Jones, V. F., Rubin, D. M., Schulte, E. E., Macias, M. M., Bridgemohan, C., Fussell, J., … Wegner, L. M. (2012). The lifelong effects of early childhood adversity and toxic stress. Pediatrics, 129(1). https://doi.org/10.1542/PEDS.2011-2663
UNICEF. (2023). Early childhood development. https://www.unicef.org/early-childhood-development
Zhang, T. Y., & Meaney, M. J. (2010). Epigenetics and the environmental regulation of the genome and its function. Annual Review of Psychology, 61, 439–466. https://doi.org/10.1146/ANNUREV.PSYCH.60.110707.163625
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