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Los renglones torcidos de Dios

La psicóloga Nuria Paniagua y el Dr. Carlos Chiclana escriben este artículo para la revista FilaSiete sobre la película Los renglones torcidos de Dios, un thriller basado en la novela homónima de Torcuato Luca de Tena, que se desarrolla en el contexto de un hospital psiquiátrico.


El cine muestra la sociedad y los comportamientos sociales reflejan la influencia del cine en las personas. Así, en este baile recíproco, ha mostrado, en general, una visión ciertamente fatalista de la enfermedad mental y de los enfermos mentales. Ha generado en el espectador miedo, rechazo e incertidumbre más que comprensión y aceptación, o incluso risas y burlas, en vez de aprendizaje

y respeto.


Alguien voló sobre el nido del cuco, Joker o Múltiple han dejado nuestra memoria marcada con una realidad representada parcialmente, que contrasta con el amor que destila Una mente maravillosa. La enfermedad mental grave es muy dura, las personas que la padecen no tienen por qué serlo.


“Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, como si de una escritura perfecta se tratase, los pacientes que acaban aquí serían como los renglones torcidos de cuando Dios empezó a escribir”, afirma Samuel Alvar, director del centro donde Alice investiga qué está ocurriendo.


Como profesionales de la salud mental, cada día nos encontramos con la realidad de personas excelentes que toman su vida con las dos manos y siguen su camino personal. Así, puestos a mencionar a Dios, preferimos invitar a San Juan Pablo II a que nos oriente: “... halla como una nueva dimensión a toda su vida y su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particular de la grandeza espiritual (...). Cuando (...) se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez

interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos...” (Salvifici Doloris n 25).


Hablarte de la enfermedad es hablarte de amor, de sabiduría, de comprensión y de audacia. Es hablarte de una historia personal, dinámica, en continuo crecimiento, un relato que vale la pena vivir porque, aunque sea incomprensible a ojos poco experimentados, la enfermedad es una llamada particular, individual, que pertenece a la esencia de la persona llamada y así la inteligencia, el corazón y las acciones de cada día se sirven de ella para caminar hacia la felicidad.


Afortunadamente, el conocimiento y valoración que la sociedad occidental tiene de la enfermedad mental ha evolucionado favorablemente. Sin embargo, el trastorno mental grave sigue produciendo un gran estigma, tanto en quien lo padece como en su entorno. Cuanto más lejos de lo habitual, más parece asustar al lego en materia de salud mental. Lógico porque lo desconocido puede provocar incertidumbre y miedo. ¿No sería entonces el conocimiento una posible solución a este estigma sobre la enfermedad mental? Sí, y también la confianza en las personas, la esperanza en una vida con sentido y el amor por ellos, como con cualquier otra persona.


Cabía esperar que la adaptación al cine no estuviera a la altura de la novela de Torcuato Luca de Tena. Sin embargo, su director, Oriol Paulo, ofrece una propuesta más que digna desde el enfoque de un thriller psicológico, con unas interpretaciones de excepción. La supuesta paranoia de Alice Gould (Bárbara Lennie) envuelve también al espectador, y le permite viajar con ella por sus percepciones e interpretaciones de la realidad. El espectador puede llegar a sentir la misma confusión que genera Alice en el resto de los profesionales que la rodean.


Tanto el Dr. Arellano (Javier Beltrán) como la Dra. Castell (Loreto Mauleón) se muestran dubitativos con

respecto al diagnóstico de Alice, quieren y desean creer firmemente en su cordura, confiar y esperar. Pero el director del centro psiquiátrico (Eduard Fernández) es el contrapunto de la historia, se muestra firme en el diagnóstico y genera en el espectador las mismas dudas que se vierten sobre ella. Esta es la clave de todo. ¿Cuál es la verdad? ¿A quién hay que creer entonces? Como psiquiatra al confiar y creer a mis pacientes, he tomado como ciertas ideas que eran delirantes: camiones que se frenaban solos, persecuciones y vigilancias, infidelidades, trabajos que no existían... Riesgos de la profesión.


Alice Gould derrocha inteligencia, elegancia, generosidad y sensibilidad con sus compañeros del centro psiquiátrico. Muestra arrojo y valentía en su interés por llegar a descubrir lo que la ha llevado hasta allí. Pero también es altiva, soberbia; engaña y manipula para conseguir lo que quiere. ¿Es esto compatible con la cordura? ¿O pueden ser síntomas de la locura? ¿Es Alice Gould una investigadora traicionada por su marido? ¿Están todos los que supuestamente la apreciaban contra ella? ¿O es todo fruto de una enfermedad? Cualquier psiquiatra que haya trabajado en hospitales psiquiátricos, como los de Ciempozuelos donde se gestó la novela, te contará que se pueden producir todas estas situaciones, incluso en un solo día.


Samuel Alvar es un hombre serio, escondido tras unas gafas oscuras que dificultan entrever qué hay detrás. Muestra soberbia y firmeza en sus diagnósticos, y ofrece un marcado carácter paternalista en la relación con sus pacientes. Parece tener mucho que ocultar, no es claro ni transparente, y algunos de los profesionales con los que trabaja no comparten todas sus políticas de actuación. Sin embargo, también es una persona preocupada por sus pacientes, que vela por su bienestar y su salud, que intenta protegerlos hasta de sí mismos, y que ha realizado importantes cambios en la gestión del centro, considerados incluso demasiado modernos para la época, con el fin de devolver a sus pacientes cierta dignidad como seres humanos.


¿Es Samuel Alvar un narcisista? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Obtiene beneficios a cambio de utilizar su poder como director? ¿O es un buen hombre que tiene la intención de realizar su trabajo con profesionalidad y como mejor sabe?


Los renglones torcidos de Dios refleja la división entre dos mundos: el de la cordura y el de la locura. El de los pacientes y el de los profesionales que los atienden. Pero también dentro de la profesión, la división entre la psiquiatría y la psicología tradicional y la moderna. Los esfuerzos por hacer progresar la psiquiatría moderna hacia los derroteros que la ciencia esbozaba, representada en las figuras de los psiquiatras referidos, colisionan con la rigidez y el tradicionalismo, personificados en el director del centro. Ni todo el conocimiento tradicional está obsoleto ni todos los esfuerzos progresistas llevan a buen puerto.


La experiencia nos indica que alrededor de la locura puede generarse el caos: comprender a la persona y su planteamiento es una cosa, sumergirte y dejarte invadir por ella, otra bien distinta. ¿Quién es perfecto? Las personas con enfermedad mental tampoco, pero quizá merecen -debilidad de quien está con ellos todos los días- un particular elogio, que Miguel d’Ors plasma en Elogio de la imperfección: “Esa vieja cordura los desprecia / tontos, enfermos, locos, raros, poquita cosa: / piezas inacabadas. / Pero a Él le sirven todos, / piedras de su edificio. Algunas veces / los usa como piedras angulares / -véase el Evangelio- y otras veces con ellos / le hace a la historia vados, aceras, jardincitos / poyetes en que toman el sol los jubilados / nada se desperdicia. Ninguno queda fuera. / Quién sabe si por ellos, solamente ellos, / siguen Aldebarán, el Cisne y la Vía Láctea / girando en el silencio de las noches. Quién sabe / si a esos que tienen pájaros / en la cabeza, a aquellos que están como una cabra / a los que oyen campanas y nunca saben dónde / a los que les han dado calabazas.../ él no los ha elegido como sus proveedores / de materiales para hacer las primaveras”.



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